2.11.23

La religión gnóstica, de Hans Jonas

 


Hans Jonas fue un filósofo alemán que nació en 1903 en el seno de una familia judía. Tuvo que exiliarse en Estados Unidos con el ascenso del nacionalsocialismo; allí falleció en 1993. Su biografía vadeó por las tempestades del siglo XX y su obra da razón de ello. Muy influido por la filosofía existencialista y fenomenológica, exploró temas como la vida, la libertad y la responsabilidad.

De joven tuvo como maestro a Martin Heidegger, y como es de rigor, su maduración filosófica se supone que vendría pensando contra él, pero nunca consiguió matar del todo al padre y su prosa es a menudo tan farragosa, vacía y críptica como la del viejo nazi. Aunque las propuestas de Jonas son infinitamente más interesantes y, por ejemplo, El principio de responsabilidad, su obra más reconocida tiene bajo su hojarasca heiddegeriana un gran nutriente ético.

 

El libro de Jonas que nos ocupa ahora es empero La religión gnóstica. El mensaje del Dios Extraño y los comienzos del cristianismo. Aquí analiza, con una erudición insultante, las creencias gnósticas, sus orígenes históricos y su impacto en el pensamiento religioso y filosófico, especialmente en relación con el helenismo y el cristianismo primitivo, imperantes en la época.

Aunque el filósofo alemán, que también estudió teología y filología clásica, no se especializó exclusivamente en el estudio del gnosticismo, sí dejó esta obra, que se supone que es una referencia ineludible en la materia. En 1930 publicó una primera versión, basada en su tesis doctoral, y en 1958 apareció la versión definitiva. En la introducción a la magnífica edición española de Siruela, del año 2000 y que circula en PDF, se nos dice que esta última versión incorpora todos los hallazgos que se habían hecho en el campo de los estudios gnósticos hasta la fecha (si ha habido muchos más desde entonces lo desconocemos).   

El título es un poco confuso porque la obra concluye que no hay una religión gnóstica como tal, sino un “pseudomorfismo gnóstico”, o sea, una serie de creencias minoritarias que tienen rasgos en común, pero que no constituyen un corpus teológico unificado. Que el maniqueísmo sea un gnosticismo, por ejemplo, no está claro, y aquí se incluye pero también hubiera estado justificado que no lo hiciera; así de genérico es el término.

Jonas argumenta que, a grandes rasgos, el gnosticismo representa una reacción frente a la deslucida condición humana y a la ingrata naturaleza del mundo. Para él, el gnosticismo es una forma de dualismo que busca la liberación del alma humana, que gime atrapada en un mundo material creado por un dios perverso y defendido por unos gobernadores terrenales malignos llamados arcontes. Destaca la preocupación gnóstica por el conocimiento, gnosis, que es el medio para llegar a la iluminación, ésa que permite contemplar al dios verdadero que habita oculto en un complejo sistema de cielos superpuestos. Huelga decir que ningún gnosticismo cuajó realmente como creencia hegemónica, y nunca pasaron de ser pequeños y dispersos cultos.

 

La religión gnóstica es un libro extenso. Tiene tres partes y un epílogo.

En la primera parte trata de delimitar lo que es y lo que no es el gnosticismo y el contexto histórico en el que surge, que es la llegada de influencias orientales al mundo helénico tras las conquistas de Alejandro Magno. Esta orientalización hará tender al gnosticismo hacia misticismos, símbolos y narraciones, y no hacia una teología con base más o menos racional. Inevitablemente vendrá la confrontación con otras cosmovisiones imperantes. Jonas tiene mucha mejor opinión del helenismo, el judaísmo y el cristianismo que del gnosticismo que combaten. Para él aquéllos al menos tienen un logos del que éste carece.

La segunda parte es un sugestivo análisis de los principales referentes gnósticos de los que nos ha llegado noticia: Simón Mago, el “Himno de la Perla” (que es un Evangelio Apócrifo), Marción, Hermes Trismegisto, Valentín y su escuela, y el ya mencionado maniqueísmo. Hay que insistir en que Jonas no es nada amable por lo general con los gnosticismos que analiza, y no pretende salvarlos para el lector de actual, nos lo muestra como lo que eran, cultos fallidos bastante insustanciales. 

La tercera parte continúa con el análisis de lo que es el gnosticismo, ahora con mucha más profundidad si cabe, centrándose en sus postulados, y haciendo una lectura crítica de la mano de sus críticos contemporáneos, principalmente helénicos y cristianos.

La religión gnóstica clarifica al lego lo que es el gnosticismo. Tal vez haya expertos en la materia que lo consideren un libro superado, pero para quien no sepa del tema, como un servidor, es una introducción inmejorable. Tiene interés como libro de historia de las ideas, pero también por todo lo que va sugiriendo a través de sus páginas, y que finalmente cierra con el epílogo.

 

El epílogo, de apenas veinte páginas, se titula “Gnosticismo, existencialismo y nihilismo”. Realmente lo que explicita ya estaba implícito en todo el desarrollo previo, y cualquier lector con conocimientos de filosofía habrá captado los guiños e intuido por dónde iba el tema. De hecho se puede sospechar, sin restarle un ápice de valor, que el autor ha llevado su investigación de tal manera que confirmara su intuición inicial, y que todo está presentado de tal manera de que parece que nos guía a esa conclusión de manera involuntariamente lógica. Jonas concluye que el que el gnosticismo ha sobrevivido de alguna manera en el nihilismo moderno (con lo que tienen de redundantes ambos términos juntos). Ese desprecio a la realidad, a la naturaleza, y al hombre, y ese apostar la salvación a logomaquias de moda sólo aptas para pequeños grupos de iniciados recuerda demasiado a la filosofía contemporánea hegemónica.

Pascal, con su dios transmundano, y Nietzsche, con su voluntad, aparecen como epígonos del gnosticismo. El pesimismo que suspira por mundos que no están en este mundo le parece a Jonas, en general, muy gnóstico. Pero sobre todo es Heidegger el que se le antoja como una especie de Hermes Trismegisto en tiroleses. Además le ubica en el existencialismo, muy en boga todavía en los años cincuenta y muy a pesar de que el autor de Ser y tiempo repudiara la etiqueta; esta corriente filosófica sería para Jonas un magma intelectual claramente neo- gnóstico.

Hemos dicho que Jonas fue discípulo de Heidegger y que no consiguió emanciparse del todo de su maestro por mucho que quisiera, al menos en su lenguaje filosófico. Aquí lo consigue en parte porque lo tritura (aunque sabemos que Freud diría que atacar así al padre es una manera de no romper el hilo que les une). 

Jonas habla de los existenciales heideggerianos, que tratan del pasado y del futuro, pero no encuentran casi nada valioso en el presente. En la Carta sobre el humanismo, el gurú de Friburgo decía que la existencia es soberana sobre la naturaleza. A los gnósticos también les molestaba el “ruido del mundo” y vemos que el Dasein es un ser gnósticamente arrojado al mundo…

(Una pregunta que inevitablemente nos hacemos es si Heidegger conocía el gnosticismo. Hay frases suyas que parecen sacadas literalmente de textos de esta tradición. Si no lo conocía se confirma lo que ya sospechamos, que no era un pensador especialmente culto, y si lo conocía ¿quería ser él mismo un gnóstico o simplemente plagia a discreción? Que no se haya continuado esta línea de investigación demuestra que hay muchos sueldos académicos dependientes de prestigiar al apologeta de las tormentas).

Muchos de los escritos gnósticos que hemos estado viendo a lo largo de la obra nos resonaban a existencialismo, no sólo al de Heidegger. Eso de estar arrojados al mundo sin ser parte de él, lo del hombre interior auténtico que hay que liberar, la ausencia de naturaleza predeterminada y nuestro derecho a construirla libremente, el logos (occidental) como opresor, la inconsistencia entre el obrar bien en un orden intrínsecamente perverso, la consiguiente banalización de la moral al supeditarla a la libertad individual (los gnósticos no se preocuparon de dejar una ética) y demás postulados dan la razón a Jonas y elevan su libro como uno de los más recomendables que se pueden leer en hoy en día para entender las taras de nuestro tiempo.

También podríamos seguir con sus comparaciones, y señalar gnosticismos más allá de 1958. Hay mucho en el libro de Jonas que parece anunciar una querencia gnóstica en la postmodernidad, o la French Theory, pero no nos metamos en esos jardines, no al menos hoy…  

1.8.23

Breviario de escolios, de Nicolás Gómez Dávila


Hay escritores amables, accesibles, que son una lectura fácil para el metro o la sala de espera del dentista. Los leemos con gozo y nos distraen, pero raramente volvemos a ellos; no nos han conmovido realmente ni han dejado un poso en nosotros. Una vez que cumplen su misión, la de entretenernos, los dejamos en la estantería y sabemos que no nos acompañaran en la próxima mudanza. Por supuesto también tiene mérito escribir libros así, de los que llegan a todo el mundo, y además muchas veces son más interesantes que los otros, los que vienen reverenciados por la crítica como alta literatura u hondísimos ensayos trasgresores, y que son en realidad plomizos y lo único que hacen es matar la afición por la lectura.

Entremedias hay un tipo de autores inteligentes que necesitan un tiempo de maduración; requieren un leve esfuerzo lector que se recompensa con creces. Y cuando la obra que tienen es extensa y podemos dedicarle largo tiempo, se convierten poco a poco en compañeros de viaje con los que conversamos y con los que crecemos.

Un ejemplo es Nicolás Gómez Dávila (1913-1994). Un pensador colombiano que vivió secretamente entre unos pocos buenos amigos, dedicado a la lectura, poseedor de una de las mayores bibliotecas personales de su país, autor de dos libros de ensayo, un par de importantes artículos sobre política y derecho y, sobre todo, de una obra inmensa de cinco volúmenes de aforismos llamada Escolios a un texto implícito.

Los escolios, como es sabido, son las anotaciones que hacían los escolásticos en los bordes de las páginas de los libros clásicos para explicar o comentar lo que estudiaban. Nicolás Gómez Davila escribió más de diez mil escolios a un texto innombrado que jamás sabremos seguro si es la Modernidad, o el legado cultural de Occidente, o sus propias lecturas, porque él nunca lo explica ni tampoco es necesario saberlo. Nos basta con felicitarnos por tal infinidad de aforismos, sentencias o epigramas, casi todos brillantes, bellísimamente escritos, muchos inolvidables, desordenadores de conciencias adormecidas, divertidos algunos, pesimistas otros, y recomendables todos.

Los cinco volúmenes aparecieron separadamente en Colombia y casi no tuvieron repercusión hasta que el filósofo italiano Francesco Volpi los reeditó juntos con una introducción, “El solitario de Dios”, escrita por él mismo. Esta primera aparición completa en la editorial colombiana Villegas colocó al ya por entonces fallecido Nicolás Gómez Dávila en el cosmos intelectual europeo; fue traducido a varios idiomas, y se sucedieron las referencias a los Escolios por parte de autores prestigiosos como Ernst Jünger o Frédéric Schiffter.

En el año 2009 la editorial española Atalanta publicó los cinco volúmenes en un solo y cuidado volumen de más de mil cuatrocientas páginas. Su repercusión no hizo más que incrementarse, y de hecho la edición se agotó y no ha sido hasta este año que vuelve a poder encontrarse en las librerías.

Pero para quien quiera una primera toma de contacto más ligera también es muy recomendable una versión reducida a 281 páginas de la misma editorial, llamada Breviario de escolios.

Este Breviario tiene una introducción bastante recomendable de José Miguel Serrano y es un buen camino para entrar en el universo gomezdaviliano. Quien agote sus fértiles páginas, y si se queda con ganas de más, podrá lanzarse a la lectura del volumen completo. Además ya empieza a haber varios estudios académicos de bastante profundidad. En concreto, Facetas del pensamiento de Nicolás Gómez Dávila, una obra colectiva, está en pdf y su descarga es gratuita. Sirve como un buen acompañante en la lectura. Y al ser trabajos independientes, al igual que los escolios, podemos leerlos sin prisa, disfrutándolos y esperando a que sedimenten en nuestra ánima.

Si tuviéramos que encontrar un equivalente a este pensador colombiano, seguramente tendríamos que hablar de E.M. Cioran. Ambos autores tenían una cultura vastísima, escribían poéticamente, estaban desencantados con el mundo moderno, eran refractarios al sistema filosófico y por eso cultivaban el fragmento, llevaban una vida austera y monacal, y si bien no eran autores de best-sellers tienen un público amplio y leal.

Nicolás Gómez Dávila tenía a gala ser “reaccionario”; añoraba un mundo que ya no es, pero que seguramente nunca fue. Viajó poco para alguien de su solvencia económica, ya que en toda su vida sólo fue a una vez a México y un par de veces a Europa, pero lo que vio no le dejó buena impresión. La Europa de postguerra, sobre todo, le llevó a identificar la modernidad con la barbarie. Tampoco era muy dado a ver las virtudes de la democracia, que consideraba que disolvía la cohesión social. También era muy defensor del catolicismo y el orden tradicional.

Dicho esto, sus vitriólicas diatribas se quedan más bien en esteticismo y frases epatantes. Pocos escritores habrán dejando defensas tan bellas del amor, la buena vida, el saber popular, la amistad y la bondad humana. Hay una celebración de la cultura clásica en cada una de sus páginas, y unos análisis de los fenómenos sociales y políticos que difícilmente se pueden minusvalorar.

Sumergirse en el Breviario implica hacerlo con lápiz para escribir escolios a sus escolios. O copiarlos en un cuaderno. O encabezar con alguno una página en blanco y desarrollar nuestro propio escrito desde él. Es un libro para tenerlo en la mesita de noche y leer sólo una página antes de dormirnos, o por la mañana al desayunar, y que lo que leamos nos ronde durante el día.

Y tal vez resulte un poco extraño no incluir citas de un autor tan citable en esta reseña, pero no hemos conseguido encontrar un solo escolio de entre los diez mil que al reproducirlo no hiciera una imperdonable injusticia a los demás. Nos queda recomendar la lectura del Breviario a quien no lo haya hecho ya, y sentir cierta envidia de veterano por los que se vayan a embarcarse por primera vez en esta experiencia.    

12.7.23

La Bestia Colmena, de Pablo Und Destruktion

 


El músico Pablo Und Destruktion seguramente luce un nombre más celtíbero en su pasaporte, pero él prefiere presentarse bajo un rótulo que suena a grito de guerra de húsar prusiano, y como nosotros no estamos aquí para incordiar a nadie, así se queda. Realmente no nos importa cómo se llame de verdad. Sabemos que nació en Asturias, algo que no es muy meritorio porque lo hemos hecho muchos. Aunque él en cambio sigue allí y no se ha venido a Madrid, lo que sí tiene su aquél, porque no han sido tantos los que sin tener un oportuno primo en la administración local optaron por permanecer donde ya sólo se escuchan las toses carbónicas de nuestros mayores. Por su aspecto, y lo que cuenta, debió de nacer entre mediados de los años setenta o principios de los ochenta. O sea que conoció los ecos de tiempos más prósperos de la región y esos ecos electrifican sus canciones.

En caso de que tenga una fanaticada particularmente intensa, avisamos de que no sabemos gran cosa de su faceta como músico. Hemos escuchado alguna de sus letras y nos parecen buenas, o sobre todo distintas. Poco más sabemos. No somos melómanos y no distinguimos a Mozart de MC Hammer. Ante la molestia de un hilo musical ponemos el salvapantallas mental y punto. Si no hablamos de esta faceta de su vida, o lo hacemos incorrectamente, lo sentimos, pero es que nos la trae al pairo.

Lo que sí nos interesa de Pablo Und Destruktion es su libro, La Bestia Colmena, que aderezaremos con una entrevista que le hicieron en Público y un artículo que él mismo escribió para Diario16. Estas tres lecturas nos confirman que estamos ante uno de los poquísimos "artistas" españoles actuales que tiene algo políticamente relevante que decir.   

Empezaremos comentando las apariciones en prensa, que son las que tienen cierta densidad de entre las que conocemos, y que se publicaron después del libro, y -dato fundamental- después del encierro global por el virus.

 

Pablo Und Destruktion titula su artículo "La Covid y el opio del pueblo", imaginamos para ir haciendo amigos desde el principio. Es un texto breve y bien escrito, aunque podría haberlo elaborado un poco más. Es básicamente una crítica a la "nueva normalidad" que nos impuso la gobernanza global a costa de la pandemia ("estamos normalizando el estado de excepción"). El asturiano abomina de las estrategias de manipulación y polarización de la sociedad, de la estigmatización de los no vacunados como nuevos parias y el abandono de las luchas contra la globalización, aquí representada en la sumisión de la izquierda a las Big Pharma. Cita a pensadores de la talla de Guy Debord o Giorgio Agamben, y puede que lo haga por postureo y tirando de wikipedia, pero si de verdad los ha leído ya tiene más formación intelectual que el noventa por ciento de los opinadores habituales en los grandes medios.

Además de su valentía política para llevar la contraria al discurso público, el gran mérito del artículo es que transciende los análisis políticos para ir más allá, y tocar la cuestión teológica y existencial. Para Pablo Und Destruktion estamos ante una transformación antropológica que se está haciendo "con ritos, no con razones". Hemos entrado en la última fase de la globalización y el capitalismo ha pasado a una etapa sagrada, que requiere de rituales sacrificiales, como vemos con las vacunaciones como sacramentos y los pasaportes covid como indulgencias.

 

La entrevista la firma Henrique Mariño y es extensa, profunda; las respuestas no tienen el soniquete repetitivo y kitsch de las entrevistas habituales a los faranduleros. El cantante asturiano dice cosas que no están en el guion oficialista (ése que un demiurgo servil escribe en las catacumbas del Poder e impone como condición para poder hablar en el discurso público, y que explica el unanimismo opinativo). Se identifica como vástago de las luchas anti globalización y el 15M, y lamenta que ahora no haya movimientos políticos que defiendan esas banderas y que los de abajo hayan caído en la trampa de ver en su vecino, y no en los poderosos, al enemigo.

Como en su artículo, Pablo Und Destruktion sigue considerando que la pandemia es un punto de inflexión, y que la contracultura de raigambre setentera que hasta ahora era antisistema se ha unido a las turbas hegemónicas. Está surgiendo una nueva contracultura, nos dice, que todavía no podemos perfilar bien, pero por la que hay que apostar (spolier alert: nosotros creemos, por si a alguien le pudiera interesar, que Pablo Und Destruktion es ya un ejemplo nítido de esta nueva contracultura postcovid).

Matiza también algo que toca en el artículo, y que ahora ya es un poco lugar común con las críticas a lo woke pero en su momento si tenía algo de primicia, y es que hay un componente religioso en el nuevo capitalismo, en este caso, el trasfondo del protestantismo anglicano. Por supuesto, el modelo alternativo, China, tampoco parece entusiasmarle. Ante este cul de sac propone combatir reivindicando "la soberanía nacional", para la que "es necesario la soberanía popular y, antes, la soberanía personal".

Sin duda este buen paisano no comulga con los fulgores globalistas. Más bien apuesta por reponer fuerzas en un lugar localista y mítico que llama el "ultramonte", que es "lo que está más allá del monte y se considera silvestre o salvaje". También lo podemos entender como la idea de lucha permanente, lo real, lo espiritual. 

Por la entrevista nos enteramos de que a raíz de su artículo previamente reseñado a Pablo Und Destruktion le cancelaron varios conciertos, lo que lejos de motivarle lamentos de plañidera parece agradarle. También dedica una parte de la entrevista a hablar de su novela La Bestia Colmena.  Dice que es una sátira que critica a la globalización, a la que sólo los locos tienen el valor de oponerse.

 

La Bestia Colmena, primera y única novela de Pablo Und Destruktion, apareció en el año 2018, o sea, antes del virus encarcelador. Por ello tiene algo de profético, de sismógrafo que acertó anunciando el terremoto que estaba por venir. También es admirable que busque y consiga crear una especie de mitología original, así como términos, conceptos e insultos que podremos aplicar en nuestra vida cotidiana (y si estas cosas en sí no cuentan como valor literario, nos da igual, para nosotros valen más que un tostón cualquiera de alta cultura). 

Son 238 páginas de grata lectura. En teoría es una historia delirante que no tenemos que tomarnos en serio y el protagonista-narrador, como está como unas maracas, sólo nos suelta sus alucinaciones. Pero ya somos todos mayorcitos para saber que el autor pone los dedos en cruci, y asevera que es una sátira para poder decir cosas que si dijera sin gesticulaciones de guasón serían unas impertinencias punibles legal y socialmente.

Resumir una novela es tedioso de hacer y de leer. Recomendamos comprar el libro, si se puede, porque perdurará, y es una buena inversión ya que es de los que releeremos más de una vez. Diremos brevemente que principia con nuestro personaje, Pablo Under Construction, viviendo feliz en un escenario bucólico tras haber vencido a la Bestia Colmena. Luego sabremos que lideró una revuelta con marginales varios contra esta criatura maligna, que básicamente es el inmoral espíritu gregario de las masas encapsulado por el globalismo. La mayor parte de la historia es el reclutamiento de resistentes, con los viajes por España y la descripción de personajes prescriptivos; todo salpimentado con sentencias corrosivas que podrían competir en todos los sentidos con las de Michel Houllebecq. Al final llega la batalla por el alma de los hombres y el muevo amanecer.

En teoría el protagonista sigue los psicotrópicos llamamientos de la Santina de Covadonga. Pero a mitad del libro Pablo Und Destruktion inserta algo forzadamente una serie de poemas independientes, donde sin mofa posible se habla de Dios y del sentido trascendental del ser humano. O sea, que medio en broma medio en serio, estamos ante una historia donde se defiende la dimensión religiosa como un espacio de resistencia.

Políticamente la novela es refractaria a las etiquetas. Desde luego no encaja en el canon progre; critica ferozmente al feminismo, al “bondadosismo” profesional, al trap, a Master Chef, y a las redes sociales. Reivindica la maternidad, el apego a la tierra, la fraternidad y la entrega a los otros. 

 

Ya hemos dicho que consideramos la obra escrita y musical de Pablo Und Destruktion como un ejemplo de una nueva contracultura que se está fraguando ahora, y que tendrá el covid como parteaguas. Tras la ucase global de marzo del 2020 ya no se puede simular más;  muchos supuestos disidentes demostraron estar con el Cotarro, y entraron gustosos a las fauces de la Bestia Colmena. Todo el paradigma político previo ya no sirve. 

Entramos en un escenario ignoto. Va a ser divertido.

3.5.23

Manifiesto Conspiracionista

No nos engañemos. Ningún libro verdaderamente subversivo podría tener una distribución editorial corriente, mucho menos tributar en la sección de novedades de la Fnac. Así que contengamos nuestro furor revolucionario; la Matrix no comete errores, o no al menos errores tan burdos. Asumimos que el Manifiesto Conspiracionista no puede ser realmente tan desestabilizador como pretende.

O tal vez la Matrix está lejos de temer a minorías hiperintelectualizadas que sueñan con dinamita, y hasta le divierte jugar con este tipo de muchachada desubicada. A saber. Desde luego este libro irritará a los que militan en las narrativas del Poder y aplauden los memes gubernamentales. Y eso de momento ya es suficiente.

El autor, o autores, de este Manifiesto es desconocido. En España lo publica Pepitas de Calabaza y en la solapa no se le atribuye a nadie su redacción. Sin embargo, por el estilo y el contenido parece que es otro texto de Tiqqun, o de alguna de sus variantes o de antiguos miembros. Ellos lo niegan, pero no sabemos si lo hacen por cuestiones tácticas. De cualquier manera, si la autoría no se debiera en efecto a este grupo anarquista francés, sí está claro que sus perpetradores contaban con hacerse pasar por ellos. Nosotros hablaremos de los “autores del texto”, sin más especificaciones ni disquisiciones. 

Lo autores del texto, pues, nos suministran un nuevo manual de combate. Magníficamente escrito, movilizador, no se lee impunemente; parece un discurso destinado a vocearse con altavoz ante una multitud caótica que un líder revolucionario quiere convertir en un grupo de acción cohesionado. Su tesis es que la estigmatización de “conspiracionismo” es utilizada por el Poder para desarticular las resistencias populares (“La acusación de conspiracionismo es el guardián de la mentira desvergonzada”, pág. 30). Además de ser una estrategia de distracción porque, de hecho, las conspiraciones existen. El 1% de la población que controla el 48% de la riqueza planetaria conspira a diario por mantener el status quo, y la única manera de oponerse es a su vez conspirando.  

Para los autores del texto el punto de no retorno ha sido el Covid y la vulneración sistemática de todas las leyes que protegían al ciudadano de las intromisiones del Estado. “Desde marzo de 2020, en todas partes y en todos los idiomas, se ha expresado la misma sensación de haber entrado en una distopía de la que ya no conseguimos despertar” (pág. 47) Consideran que la pandemia existió, pero no en los términos que decían los gobiernos, y atribuyen las medidas de excepción a una estrategia preparada para desarticular los movimientos sociales que despuntaban en distintos lugares del orbe en el 2019.

Para resistir, nos dicen estos activistas, hay que conspirar y resistir, porque tanta arbitrariedad programada destinada a destruirnos como pueblo merece una respuesta inapelable. Y porque después de tanta humillación y encierros, acumulamos resentimiento, y “el resentimiento no es sino la venganza postergada” (pág. 285).   

 

El libro es muy recomendable y trata distintos temas; siempre con fogonazos, eso sí, nunca con profundidad: recordemos que esto es un panfleto. Pero hay dos cuestiones que queremos resaltar.

La primera no es explícita en el Manifiesto, pero no podemos evitar preguntarnos por la naturaleza del llamado “delito de odio”. En este libro aparecen citas textuales de políticos, científicos, economistas, y demás mandamases en los que se llama a la exclusión social de los no vacunados, a los que se acusa de ser propagadores de muerte, mientras que se felicitan cínicamente por la llegada del virus y las posibilidades de configurar un nuevo orden social sin resistencias aprovechando que todo el mundo está recluido en sus casas a punta de certificados de vacunación ¿No son acaso estos llamamientos eugenésicos más graves que hacer algún deleznable comentario machista o racista?

La segunda cosa que queremos reseñar sí es abiertamente tratada por los autores del texto. Se refiere a que la izquierda mundial en marzo del 2020 se “ha pasado al bando del gobierno”, y “se ha lanzado a apoyar sistemáticamente el golpe de mundo tecnocrático” (pág. 36). O sea, referencian lo que aquí José Manuel de Prada llama con tanto acierto “la izquierda caniche”, porque le gusta que el globalismo capitalista le acaricie. Se ha certificado así el fin de un imaginario político y el surgimiento de uno nuevo que todavía no podemos delimitar bien, pero en el que sí tenemos clara la emergencia de nuevos sujetos políticos, nuevos “nosotros”, que ya no buscan la reforma o la aceptación, porque sencillamente se han desvinculado de las narrativas hegemónicas y ya no forman parte de la simulación de sociedad.

Los autores del texto lo verbalizan muy bien en la página 27: “El poder actual le ha cogido el gusto a esta operación recurrente: plantear una realidad delirante y a continuación declarar herejes a quienes se niegan a aceptarla. Pero nosotros no somos una herejía. Nosotros somos un cisma. No hay, en este momento, gente que decide y gente que protesta. Hay realidades que divergen, continentes perceptivos que se alejan, formas de vida que se vuelven irreconciliables”. 

Un ejemplo de este nuevo “nosotros”, recurrente en todo el Manifiesto, es el movimiento de los chalecos amarillos en Francia.  

Ya casi al final del libro, en la página 283, vuelve al tema de esta secesión del nuevo “nosotros”, y lo desarrolla: “El cisma es por tanto entre dos tipos de “nosotros”. El “nosotros” representativo de aquellos que comparten un atributo -ser suizo, policía, cazador, LGTBIQA+, etc.- en virtud del cual pueden tener representantes, diputados, portavoces, iconos, derechos o sindicatos, y el “nosotros” experiencial de aquellos que comparten una vida y se encuentran en la toma de palabra, el gesto o la historia de alguien. En todas partes, en esta época, los “nosotros” representativos se ven desbordados por los “nosotros” experienciales, tan plásticos, tan inestables, pero tan poderosos (…) Los “nosotros” representativos sobre los cuales está construida esta sociedad no comprenden esta erupción histórica de los “nosotros” experienciales. Están literalmente aterrorizados, traumatizados, indignados”.

Como una represión freudiana, el Poder ha creído que puede sepultar lo económico bajo un mar de identidades prefabricadas y de falsos relatos emancipadores, pero las cartillas vacías de las clases populares siempre vuelven en forma de síntoma experiencial. El cisma que proponen los autores del texto, antes que nada, volver a la realidad, que es la posibilidad de llegar a fin de mes y dejar al Poder con sus espectáculos de batallas culturales. 

Luego, claro, en el territorio liberado de lo real habrá que reconstruir el mundo.  



10.3.23

Los orígenes de la cultura, de René Girard

Para reseñar un libro cualquiera acostumbramos a seguir un esquema. Según ese esquema lo propio es empezar dando escuetamente los datos biográficos del autor. En el caso de René Girard hay una parte sencilla, y es que nos consta que nació en Francia en el año 1923, que la mayor parte de su vida académica transcurrió en Estados Unidos, y que allí murió en el año 2015. Lo complicado viene cuando queremos ponerle algún rótulo al campo de estudio al que se dedicó, o sea, atribuirle una disciplina académica. No es fácil determinar si fue un teórico de la literatura, de la religión o un antropólogo. Podríamos decir que fue un poco los tres con la peculiaridad de que lo fue siempre desde la perspectiva de la teoría mimética (aunque eso realmente ayudará poco al que desconozca qué es la mentada teoría). 

Afortunadamente, en la página 155 de Los orígenes de la cultura el mismo Girard afirma que le gusta que le llamen “antropólogo clásico”. Así que, como en estos tiempos de sacralización de las identidades auto percibidas sería impertinente hacerle cualquier alegación, se queda con ese título.

René Girard fue pues un antropólogo clásico de larga vida cuyos intereses intelectuales empezaron en la literatura, continuaron en la antropología, y culminaron en los estudios religiosos. Siempre desde una intuición inicial de que Aristóteles tenía razón cuando dijo que el ser humano se distingue de los otros animales en que es mimético (ahora sabemos que los animales también pueden ser miméticos, pero no es cuestión de corregir al Estagirita con datos científicos del siglo XX). Aunque esta idea nunca se abandonó del todo en la historia cultural de Occidente, sí transitó por caminos secundarios. Con la llegada de la modernidad y su encumbramiento del yo original a toda costa esta concepción del hombre se convirtió directamente en anatema. 

Girard rehabilita esta tradición orillada y le da estructura. No es el primero en hablar de mimetismo, pero nadie lo había hecho antes con tanta profundidad y sistematicidad. Epistemológicamente también se sale de lo habitual, ya que menosprecia la filosofía y privilegia la buena literatura, en la que ve un documento que avala la condición mimética del ser humano. Luego, más adelante, también incluye los Evangelios y los relatos mitológicos, con los que va ampliando su corpus teórico y llega a la idea del chivo expiatorio y la universalidad del sacrificio. Las conclusiones que fue sacando en este periplo intelectual, casi por coherencia lógica, le llevaron a convertirse al catolicismo. 

Los trágicos sucesos del once de septiembre del 2001 en Nueva York le dieron notoriedad internacional, ya que esa mezcla de violencia y religión parecían confirmar sus propuestas teóricas.  

1.3.23

Epístolas morales a Lucio, de Séneca

 


Las Epístolas morales a Lucio son un total de veintidós libros donde se resume bien el pensamiento de Séneca. Están dirigidas a Lucio, un regidor romano, aunque la idea era que se divulgaran entre la sociedad romana. Son textos muy hermosamente escritos. El género epistolar, tan común en la época, juega en favor de la autenticidad y la belleza. Habla para que Lucio y todos nosotros le entendamos. Séneca no busca abrumar con jerigonza, no arguye conceptos que nos deslumbren; habla de la existencia humana en un lenguaje común, no filosófico, o sea, sin esconderse en terminología metafísica, y sus argumentaciones quedan honestamente desnudas. Aquí los hombres mueren y se duelen, exclaman y temen, tal cual, como sucede en la calle y en la cantina de más abajo.

Hay mucha verdad en Séneca; una verdad sin artificios, vulnerable y transparente. Como le vemos las costuras a sus ideas podemos dialogar con él y aprender a vivir, que en suma es de lo que se trata. Y nada honra más su dignidad como maestro que nuestras enmiendas.

En las Epístolas, y en concreto en este libro tercero, Séneca pone de ejemplo a varios héroes históricos y mitológicos que afrontaron la muerte y la injusticia con un valor que rayaba en la apatía lítica. Afirma que lo peor que puede pasar es morir, y que eso no es tan malo, que no hay desgracia que podamos imaginar que no sea insuperable.

Llega a decir que no hay que amar demasiado la vida. Lo que resulta intranquilizador. Su apología de la renuncia a ser más de lo que somos, a conformarse, suena incluso antinatural ¿El conatus humano no es genéticamente inconforme y ambicioso? Porque habrá más tarde una renuncia, la cristiana, pero que será completamente distinta, ya que su finalidad es abrazar lo más grandioso inimaginable, no sumirse en una dócil ataraxia. Será una renuncia que aspire a beberse los cielos, no a la calma de un felino somnoliento.

En cuanto a las reflexiones sobre la muerte. Leyéndole a uno le ronda la pregunta de si amó a alguna mujer u hombre, si temió dejar a su hijo solo en el mundo. La muerte propia, obvio, no estamos para verla. Podemos sentir, incluso lo reconocemos, cierta curiosidad intelectual. Podemos ir serenos a nuestra muerte, pero no despedirnos de los seres queridos. Él no menciona a los que dejamos atrás, para los que nuestra muerte es orfandad. Y sobre todo la muerte del otro amado, de la que no nos recuperaremos nunca, y que nunca aceptaremos, y con la que nunca tendríamos que reconciliarnos. 

Hay otra cuestión que nos aleja de Séneca y es su propia biografía. Aunque deberíamos encarar los textos filosóficos con actitud fenomenológica, poniendo entre paréntesis todo lo que creemos conocer, inevitablemente sabemos que fue un hombre próximo a Nerón, al que defendió siempre frente al senado, y que esa proximidad con el emperador le permitió amasar una de las mayores fortunas de su tiempo. Creemos que hay que tener mucho cuidado para pontificar en términos morales. Quien nos va a decir cómo vivir nuestra vida tiene que tener una ejemplaridad impoluta. Si hemos de aceptar consejos y recriminaciones, si le vamos a dar tal poder a alguien sobre nosotros, hay que estar seguros de que tiene excelencia como para poder hacerlo. Nada irrita más que la falta de reciprocidad lógica en los argumentos morales, eso de “vive con humildad, abraza la templanza” viniendo de quien vive en un fastuoso palacio regado de vino y oropeles.


El estoicismo en concreto, que tan bien representa Séneca, fue la filosofía laica más “exitosa” de la historia, ya que fue hegemónica en el Imperio romano por casi cinco siglos. Sobrevivió al colapso de la Hélade para convertirse en suelo nutricio del imaginario romano, atravesó la Edad Media y la Ilustración, y aun hoy se lo puede considerar vigente.    

Pero ¿hasta qué punto nos convencen hoy los estoicos y las demás filosofías helénicas? Leyéndolos uno recuerda la acusación que San Agustín les hizo a los pensadores de la etapa helenística: inhumanos. 

María Zambrano defendía en su libro sobre Séneca que éste intentaba hacer una religión con la razón, que la razón fuera consuelo ante las desgracias de la existencia. Pero si consideramos que la pérdida de un hijo es el dolor máximo al que puede ser sometida una madre, y que en su Consolación a Marcia -donde intenta confortar precisamente a una madre cuyo hijo a muerto en combate- Séneca le dice a la señora que si los animales no guardan luto ella no tendría que hacerlo y, es más, añade que “la larga añoranza por la cría” es una mera “convección” social, quizá podemos concluir que su intención sería crear una religión consoladora de la razón, pero que desde le faltaba mucha piedad y empatía con el sufrimiento del otro para lograrlo.

Se les reprocha a los estoicos que promueven una ética para dioses. Pero más bien parece una ética para piedras


6.2.23

Una ficción: ÚLTIMA TARDE EN EL CLUB CAZADOR

 

Wikimedia Commons

ÚLTIMA TARDE EN EL CLUB DELAZADOR

Max Argote subió una vez más al pequeño montículo que reinaba sobre la ladera oeste del antiguo Club Cazador. Como siempre hacía en aquella soledad, respiró hondo y dejó que el olor a pinaza y humedad serpenteara por sus pulmones. Con los ojos cerrados, muy sereno, evocó los años gloriosos del Club, cuando él y los otros emprendedores se bebían sus triunfos y brindaban por un futuro todavía más promisorio.

Regresó al edificio principal despacio, casi renqueante, como si realmente no quisiera llegar. Pasó al lado de la piscina, donde tanto se había divertido, y lamentó verla sin agua, repleta de sillas arrojadas por el viento y cubierta de hojas otoñales que ya formaban una viscosa capa marrón. Luego vio las estructuras para barbacoas que él mismo había financiado, ya sin las placas metálicas que seguramente algún expoliador había robado, y rememoró aquellas cenas informales e interminables con gente luminosa y prometedora.

La antigua casa de estilo colonial era ya la sombra de lo que fue. Convertida en refugio nocturno por los jóvenes del pueblo, sus paredes lucían feas pintadas, con acaso nombres, varios insultos y bastantes dibujos obscenos. Había por doquier rastros de fogatas que se habían alimentado con el desguace de los muebles modernistas que los fundadores habían importado desde el extranjero. Los arcos del techo, otrora tan bellos, estaban tomados por telas de araña y nidos de palomas.

18.12.22

 


Con la obra de René Girard aprendemos muchas cosas. Una de ellas es que la ciencia política es un tanto superficial, porque antes de la política está lo prepolítico, que es lo verdaderamente decisivo. Por ello no tenemos tanto que enfrascarnos en estomagantes debates sobre liberalismo o socialdemocracia, o monarquía o república, sino remitirnos a los mecanismos sociales previos a toda formulación teórica y definir qué mueve a los hombres a comportarse de una manera determinada. Elaborar una sesuda argumentación en defensa de un sistema político determinado sin nociones prepolíticas previas sería, dicho en plan mundano, construir la casa por el tejado.

Nosotros creemos que con la filosofía pasa lo mismo: antes de la filosofía está la prefilosofía. Es importante discernir si una propuesta filosófica es acertada o no, aunque en una disciplina no falsable como ésta a menudo la conclusión depende más de la capacidad retórica del ponente o de la decisión de quien tenga mando en plaza. Pero también tenemos que ir más allá y entender qué motiva a un filósofo, por qué surge una filosofía en un momento y lugar determinado, qué mecanismos miméticos -en sentido girardiano- hacen que los filósofos acaten una filosofía y no otra tal vez más elaborada, y qué estructuras del poder político, académico o editorial privilegian unas filosofías y opacan otras igualmente sugestivas.

En nuestro comentario del Discurso de los métodos de la filosofía y la fenomenología realista de Josef Seifert intentaremos analizar su propuesta filosófica explícita, pero también atisbar contornos de prefilosofía que pudiera haber en su libro.

1.12.22

El taller de la filosofía, de Jaime Nubiola



Jaime Nubiola es profesor de filosofía del lenguaje y metodología filosófica en la Universidad de Navarra. También es promotor allí del grupo que estudia la obra de Charles S. Peirce. Ha escrito varios libros e inúmeros artículos sobre lógica y filosofía analítica. Pero para respiro del lector poco avezado en tales disciplinas, que puede ver con prevención el libro de un filósofo con esos intereses intelectuales, El taller de la filosofía. Una introducción a la escritura filosófica es una lectura grata y pedagógica.

Nubiola ya advierte en la introducción que su libro se parece más a un manual de autoayuda que a un sesudo tratado de metodología. Ciertamente mantiene un tono cordial con sus lectores en todo momento, y más que querer epatar a colegas filósofos con jerigonza académica y obtusos razonamientos, se nota que ha tenido en mente a sus jóvenes alumnos a la hora de redactar, y busca ser para ellos un guía iluminador en las lides de la escritura filosófica.

El taller de la filosofía se compone de cuatro partes de similar extensión, que se pueden leer por separado o consultar puntualmente cuando se necesiten unas sugerencias determinadas. Está destinado principalmente a estudiantes de filosofía, o a interesados en general en la materia, pero en realidad puede ser un manual útil para cualquier lector que quiera escribir algo en el campo de las humanidades.

La primera parte es una apuesta general por la filosofía como forma de vida, como un medio de relacionarse con la realidad siempre tributando respeto a la verdad. La segunda es una defensa de la escritura lenta y trabajada, que busque la inteligibilidad (no es baladí su recomendación de escribir y reescribir con ordenador hasta encontrar la frase justa). La tercera y cuarta están más orientadas a los lectores que busquen una salida profesional en filosofía, y se centra en la elaboración de un currículum atractivo, en las técnicas de investigación y en el desarrollo de una tesis doctoral (por ejemplo incluye consejos como reducirse el nombre para publicar cuando se tiene uno muy largo o evitar citas innecesarias en los trabajos académicos).    

Estas dos últimas partes serán probablemente las que caduquen con mayor rapidez, ya que tal y como avanza la tecnología, con sus inevitables consecuencias en el mundo académico, sus indicaciones pronto quedarán anticuadas. Algo así como sucedió con Cómo escribir una tesis, de 1977, el libro de Umberto Eco que Nubiola menciona, y que ahora ya sólo sigue vigente en sus propuestas generales, porque como manual de instrucciones se ha quedado en el tiempo previo a los ordenadores personales.

De cualquier manera, por el momento, esta segunda mitad del libro sigue siendo un valioso mapa para moverse en el mundo de la academia, e incluso en el de las publicaciones de no ficción. Porque salvo que estemos ante un nuevo Platón o un nuevo Kant, cuya genialidad tal vez abriría puertas por sí misma, el resto de los mortales que intenta hacerse un hueco en las humanidades en España lo tiene difícil. Hay muchos candidatos para tan pocas vacantes. Estamos en un gremio además donde se tiende a pensar que el trabajo se hace literalmente por amor al arte, y que por ello no hay que pagarlo. Lo que supone un plus de dificultad a quien quiera vivir de esto.

No va a ser fácil, parece decirle Nubiola a sus alumnos, y aquí nadie regala nada, así que toca un esfuerzo extra de posicionamiento. No basta con escribir buenos textos, hay que buscar donde publicar, integrarse en equipos de investigación y, sobre todo, tener mucha tenacidad.      

 

El taller de la filosofía principia, hemos dicho, con una apología del saber filosófico como forma de vida. Estas páginas iniciales del libro tienen más que ver con el deber ser de la filosofía que con su claudicante monotonía diaria. Podemos imaginarnos a los jóvenes lectores de primero de carrera enervándose, henchidos de ilusiones y promesas, experimentando estos párrafos como una revelación que les marcará existencialmente. Pero un lector más ajado recibirá estas páginas iniciales con cierto desdén. Con los años se descubre que los filósofos realmente existentes no son personas más morales ni más auténticas, y que la filosofía más que abrir sendas de libertad es esclava de sus inercias metodológicas y sus sumisiones a los poderes políticos. 

Los filósofos realmente existentes no existen en un plano mejor o más puro que un abogado o un camarero. Son seres acomodaticios, cobardes y autocomplacientes. Viven encerrados en sus timideces, presos de contagios miméticos que les hacen estudiar sólo a los autores de moda, citarlos hasta la náusea, y considerarse más hondamente filósofos según sea más coránica su adscripción a un sistema. Heidegger, Foucault, Deleuze,… y alguno más, pero no muchos más, son el objeto de deseo.  Los demás filósofos los leen porque creen que es lo que tienen que leer para mimetizarse con el rol de filósofo, no por lo que puedan aportar al conocimiento de la realidad.

Todo es una cuestión de opiniones, evidentemente. Pero igual convendría ir desencantando a los jóvenes que se introducen en el mundo de la filosofía; no venderles ideales que acabarán por decepcionarles. Mejor rebajar las expectativas. No van a encontrar respuestas existenciales en la disciplina, no conocerán a seres de luz en sus conciliábulos. A la filosofía no se va a elevarse sino a ensuciarse con realidades. Luego sí merece la pena, cuando la hemos desmitificado, pero es mejor abrazarla desde el principio como es y no como la idealizamos.

Con todo el respeto al autor, que por el amor a la enseñanza que rezuma en sus páginas podemos intuir que es una buena persona, se le escapan zonas menos efervescentes de lo que él llama vida intelectual. Primero es la cuestión económica. Hace falta manutención para poder llevar el modo de vida que él propone, y eso ya reduce el cupo de aspirantes. Nubiola salpimienta su libro con frases propias o de celebridades en las que se afirma que un filósofo vive en una esfera más auténtica y más próxima a la verdad que otras personas. O sea, la sempiterna viñeta de filósofos encantados de haberse conocido. Habría que matizar que son filósofos únicamente los que pueden permitirse serlo. La vida intelectual de la que habla el profesor es un verso juvenil subvencionado por los padres o/y por los impuestos de los conciudadanos. Convendría un poco más de humildad y orientarse en retribuir de alguna manera a la sociedad.

Segundo, un filósofo no es un poeta. No necesita vida interior sino exterior. Tiene que reflexionar sobre el mundo, no sobre su ombligo.  Todo eso de la imaginación, las lecturas y las horas de soledad está muy bien siempre que sea para estructurar un pensamiento que sirva para algo a los demás, no meramente para abandonar la adolescencia o superar un primer amor fallido.

Tercero, en la filosofía hay un canon que hay que acatar para ganarse la vida con ella. No basta con decirle a los estudiantes que busquen la verdad. Tendrán que limitarse a hacerlo dentro de unos campos y unos autores predeterminados. La filosofía moldava del siglo XX igual fue estupenda, la boliviana aún mejor, y hay mil autores más interesantes que Husserl, pero las revistas donde publicar son las que son y los criterios para otorgar becas son voluntad del gobierno de turno. La filosofía no es libre, tiene sus normas y hay que atenerse a ellas. La vida intelectual exhibe tantas claudicaciones o más que el gris pasar laboral de un oficinista.

Afortunadamente Nubiola parece anticipar nuestras enmiendas y nos da la clave pronto: “la filosofía es escritura” (pág. 28). Aquí encontramos el tema del libro, lo que le hace singular y altamente recomendable. Filosofía no es acumular lecturas y citas, no es vivir en un mundo autorreferencial, es explicitar un pensamiento por escrito, o sea, contar con la aprobación de los otros para ser legítima.    

 

El segundo capítulo de El taller de filosofía es a nuestro parecer el más nutritivo y el más necesario. Está relacionado con las miserias de esta rama del saber que hemos mencionado. Da en el blanco, sin explicitarlo, con uno de los mayores problemas de la filosofía real: la mayoría de los filósofos no saben escribir. Sí, evidentemente, a un nivel del buen colegial que no comete faltas de ortografía, pero escribir con claridad, concisión y belleza es territorio vedado para muchos de ellos. Unos lo hacen mal por verdadera incapacidad. Otros porque creen que escribir críptico y rebuscado es lo que tienen que hacer para mimetizarse con el rol de filósofo y así tener algún tipo de valor personal. En ambos casos es escritura de mala calidad, y con escritura de mala calidad sólo se puede hacer mala filosofía  

¿Por qué hay celebrados filósofos que escriben tan rematadamente mal?¿Por qué se valora el escribir embrollado y sin agilidad? De fondo late la sospecha de que hay en ello una voluntad de convertir a la filosofía en un saber gnóstico; se pretende convertirla en un conocimiento secreto y minoritario al que sólo se puede acceder mediante un selecto cuerpo de interlocutores encargado de traducir esa sabiduría para el mediocre público general. O peor incluso, que sólo sea apta para disfrute de estos interlocutores.  

Los filósofos que escriben con la pericia del mejor novelista, como Ortega y Gasset, Julián Marías o Fernando Savater son denigrados por ello, disuadiendo a las siguientes generaciones de que cuiden la claridad de su exposición. Se establece el razonamiento así de que para ser buen filósofo hay que escribir mal.

(Gustavo Bueno, que personifica como nadie la incapacidad para ordenar palabras de tal manera que resulten comprensibles, acusó a Savater de no hacer tratados de filosofía sino redacciones escolares. Quizá no va del todo desencaminado. Pero el término “redacción” es especialmente interesante. Redactar es precisamente lo que sabe hacer Savater y Bueno no. Éste último creía que escribir obtuso y plúmbeo le daba cierto empaque prestigiador. Pero eso es sencillamente no saber redactar. Savater por lo menos sabe encadenar dos o tres frases legibles).

Los que quieren atenerse al rol de filósofo sostendrán que los anhelos de precisión ontológica no dan para florituras. Y podemos admitir este argumento, pero es que no todo es metafísica en la filosofía; también hay filósofos que cuando trabajan materias como la antropología o la estética, que sí favorece una escritura más viva, siguen con su prosa de lija.

Y por ganarnos ya definitivamente la hoguera, habría que preguntarse si se puede considerar que llegan a la inteligencia media unos señores que no son capaces de escribir al nivel de un bachiller talentoso o un concejal medio dotado para la retórica.

 

Así que si a El taller de filosofía le quitamos las exclamaciones con las que reverencia lo que él llama la vida intelectual, y nos quedamos con lo que tiene de instructivo para escribir filosofía y poder vivir de ello, lo saludamos como un buen manual que además apunta, tal vez involuntariamente, sobre las fallas de la filosofía.  

1.11.22

Sobre Kieslowski

 

wikipedia

Slavoj Zizek es lo que sucede cuando se hace filosofía tras inyectarse Red Bull en vena: algunos momentos auténticamente lúcidos, mucho balbuceo inconexo, y cierta perplejidad depresiva al final.

En Lacrimae Rerum. Ensayos sobre el cine moderno y ciberespacio pasa algo así. Concretamente tiene un capítulo largo, de unas ochenta páginas, titulado “La teología materialista de Krzysztof Kieslowski”, en el que encontramos ideas clarificadoras sobre la obra del cineasta polaco. Lastimosamente ametralla el texto con divagaciones sobre otras películas, con sus inevitables citas de Lacan y con cierta puerilidad de determinadas afirmaciones, malbaratando así lo que podría haber sido un estudio canónico sobre Kieslowski.    

Pero si recogemos los fragmentos dispersos de su prosa histérica y rota, y los cosemos con paciencia, vemos que hay cierta profundidad en sus análisis.

Empezamos por lo menos acertado que dice. Aunque al final rechaza la idea, da pábulo a la acusación de que Kieslowski ¡es un autor new age! No parece que una obra claramente católica pueda banalizarse así. La teología subyacente en el Decálogo no es una espiritualidad facilona de consumo tipo-próxima-entrega-ya-en-tu-kiosko. Que tan siquiera lo considere le resta puntos.